Segundo Avance de la Novela El Imperio del Tránsito
Soñaba un tigre. La trama le fue revelada
a lo largo de varios años, a través de sueños que se repetían en cada serie. En
la primera, observaba el ojo feral de un tigre que parecía no mirar, sino tener
una idea fija. Lentamente se alejaba de él y su campo de visión se ensanchaba.
La estepa asiática parecía eterna sobre la córnea de su ojo; empezaba a
distinguir su cabeza, el pelaje anaranjado, las rayas negras y las manchas
blancas; creyó sentir el roce de uno de sus largos bigotes, percibir su calor y
su tufo. Advirtió un movimiento continuo y homogéneo; descubría, por las
escápulas y las vértebras, que corría velozmente.
Siempre, antes de despertar, se había
alejado lo suficiente para saber que el tigre se dirigía al oeste. Ese sueño lo
tuvo al menos una vez por mes hasta entrar a la universidad. Hizo conjeturas, especuló
al respecto; creyó que escapaba, quiso relacionarlo con su vida; fue inútil, estaban
aparentemente desconectados.
¡Una noche despertó espantado: el
tigre no huía, lo buscaba a él! Escuchó el sonido tenaz de un grillo; vio las
sombras de las ramas sobre la barda, estirándose hacia su habitación. Los
perros empezaron a ladrar y se inquietó. A veces despertaba alterado en
silencio, sin luz e imaginaba todo aquello que lo aterraba. Siempre demoraba en
recordar que el tigre lo perseguía, y otro tanto en advertir que ya lo sabía.
Esa serie de sueños la tuvo durante cinco o seis años.
Sólo un sueño no se repitió; daba
igual porque lo memorizó. El tigre saltaba majestuoso, parecía volar. Estaba en
una bahía portuguesa y únicamente los separaba el Océano Atlántico. Cayó sobre
una embarcación de troncos de madera. Vio las cuerdas húmedas que los ataban. Quiso
darle significado y sólo halló insomnio.
En la siguiente serie, el tigre
dependía del viento y el mar; cedió al sueño. Cruzaba el océano y su desembarco
era inminente. Hace unos años, ya tomando terapia de psicoanálisis, volvió a
soñar otra serie: ¡está en América y corre hacia mí!, se decía despertando. Bernardo
se empeñaba en convencer a la terapeuta, del componente mágico de sus sueños,
sin considerar lo descabellado de la idea. Para él, esa trama prefiguraba su
muerte onírica y real.
―¡Era tu padre! ―dijo tajante, Cecilia,
quien se incorporó y se inclinó para acercar su cara―. ¡Todo este tiempo ha
sido tu padre! No hay magia, sino renuencia tuya y ausencia de él. Dejaste de
soñar al tigre cuando le permitiste entrar a tu vida.
Bernardo se quedó callado y absorto un rato. Se despidió y salió del consultorio. ¡Cómo no lo vi!, se recriminó. Era verdad, luego de revelarle a su padre lo ocurrido en su adolescencia, éste lo abrazó y dejó de soñar al tigre. Su abuelo, su padre y él son tigres en el zodiaco chino, que se repite cada 12 años. Repasó la pregunta retórica formulada por la terapeuta para zanjar el tema: “¿Tu Papá en qué es el mejor?: ¡Corriendo! Es el mejor corredor de maratones de tu familia.” Bernardo, sin estar consciente, buscaba a su padre y siempre huía.
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