Tercer Avance de la Novela El Imperio del Tránsito
No refutaré las falsedades acerca de la existencia de Merlín, tampoco explicaré las historias galesas, ligadas a la erudición de clérigos historiadores o a la creatividad de poetas cortesanos. ¡El mago existió!, mas no como lo contaron. En la biblioteca de la Escuela catedralicia de Oxford, se albergan varios rollos de pergamino cuya autoría se desconoce. El 9 de marzo de 1973, un hombre registró su visita en la bitácora del inmueble. Luego de recibir el facsímil, lo extendió sobre la mesa; tendría una longitud de cinco o seis metros. Sus ojos parecían recordar más que leer.
En el principio, objetos luminosos se desprendieron del
manto oscuro, desgarrándolo en el acto. Súbitamente, los objetos perdieron su masa
transformándose en luces. Ipso facto eclosionó
el tiempo; entonces, las luces desaparecieron. Hubo una persecución multidireccional
del tiempo tras las luces. La fuga fue instintiva e intuitiva, formas primarias
del entendimiento.
El usuario caminaba despacio bordeando la mesa, mirando el pergamino;
se detuvo en los párrafos finales. Las luces se separaron mientras escapaban;
una de ellas se esparció en 13 partes sobre el planeta. Cada una germinó en un
árbol, cuya corteza expulsaba una resina alucinógena. Una creatura peluda,
carroñera y que apenas se erguía, la bebió reiteradamente por años, debido a lo
cual accedió a un estado permanente de consciencia. La resina alteró todas sus células
y adquirió una pasmosa e inédita longevidad, aceptada en el transcurso de los
milenios. Durante los trances ocasionados por la resina, accedía a saberes
inmensos e incomprensibles.
El visitante susurraba, como si la veracidad se alimentara
del silencio. La creatura conoció el horror cuando experimentó la consciencia de
su existencia. La sintió terrible, amenazante, invasiva, ultrajante y ajena a
su naturaleza; hubo un instante en el que fue posible anularla; luego, sucumbió
ante ella. Una epifanía la indujo a llevar a otras 12 creaturas a beber la
resina. La adicción colectiva despertó en ellas la comunicación onírica y las
capacitó para apropiarse de saberes pragmáticos y espirituales. Tiempo después ya
erguidas, se amaron y se separaron.
Conoció a los espíritus que civilizaciones posteriores llamaron
demonios o dioses. Aprendió a invocarlos y recibirlos, disciplina que llamó
teúrgia, milenios más tarde. Practicó la transmigración voluntaria o forzada de
la consciencia de un cuerpo a otro, infringiendo normas morales y jurídicas. Durante
siglos, se desplazó pendularmente entre oriente y occidente. En el siglo IV se
instaló en Siria, haciéndose llamar Jámblico de Calcis; ahí refundó el
pitagorismo sobre su vertiente teúrgica. Años después, se mudó a Egipto, bajo
el nombre de Marcus de Menfis, donde preparó el tutelaje de Arturo. Emigró al
oeste y en Mauritania fue feliz al reencontrarse con el obispo arriano Prisciliano
de Ávila, viejo amigo de la hermandad de la resina. Viajaron juntos al norte y
se despidieron en Hispania. Marcus cabalgó con dirección a Alsacia para
financiar una invasión de los bárbaros
alamanes al menguante Imperio Romano, forzando a Graciano y Ambrosio, a pedir
ayuda a Magno Clemente Máximo, gallardo emperador de Britania, quien, leal al
imperio y según lo previsto, respondería marchando con sus legiones al
continente. Marcus supuso que la ambición de Máximo sería mayor que su lealtad y
no erró; engrandecido por haber salvado a Milán, no dudó en encarar a Teodosio I,
Emperador de Occidente, quien finalmente lo aniquiló. El plan funcionó y
Britania, desprotegida, entró en su edad oscura durante los tres siglos
siguientes, a merced de las intenciones de Merlín, el mago de Oriente.
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